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6 septiembre, 2019 / Oblatas
Hacemos memoria agradecida de la vida de nuestro fundador, José Mª Benito Serra

El 8 de septiembre siempre nos convoca en torno al Padre Serra, porque la Familia Oblata celebra su paso de esta vida a la inmensidad de Dios. José María Benito Serra, fundador de nuestra congregación, líder profético, de imaginación transformadora y horizonte dilatado, misionero audaz en Australia Occidental y ejemplo de Iglesia en salida, capaz de atravesar cruces y fronteras.

Peregrino en la fe, durante su regreso a Madrid su mirada sensible contempló la realidad sufriente de un viejo hospital donde yacen rostros sin luz de mujeres que agonizaban en soledad, en el mayor de los desamparos y en total indefensión.

Una realidad que le conmueve, le toca en lo más íntimo, y se siente obligado a hacer algo por aquellas que no cuentan para la sociedad y malviven en la exclusión. “Si nadie me ayuda lo haré solo, con la gracia y ayuda de Dios. Si todas las puertas se les cierran, les abriré yo una donde se puedan salvar”, afirma Serra.

Agradecemos a Dios por el testimonio y la entrega amorosa de Padre Serra, y haciendo memoria agradecida de su vida, renovamos el mismo compromiso solidario por el que dio su vida. Asimismo, pedimos que juntas y juntos cuidemos del Don Carismático que él nos dejó para seguir abriendo puertas.

¡Gracias, Padre Serra!

Compartimos un fragmento de una carta del Padre Serra a la Reina Isabel II, donde le explica la situación en la que se encontraban las mujeres que ejercían la prostitución en el Madrid de 1864.

“[…] Muchas veces al visitar en las salas del Hospital de San Juan de Dios a las infelices, que pagan con una enfermedad vergonzosa los desórdenes de su vida, he sido testigo de manifestaciones de arrepentimiento, que no podía, sin temeridad, dejar de llamar veraz. Ministro del Dios de bondad, al reconciliar jóvenes endurecidas en la carrera del vicio con aquel Señor que no vino a buscar a los justos, sino a los pecadores, he sido con frecuencia depositario de deseos, que no he podido dejar de creer sinceros.

Entonces, creyéndome obligado a imitar el ejemplo del Buen Pastor, quise poner sobre mis hombros a la oveja descarriada, y fui yo mismo varias veces de puerta en puerta, pidiendo su admisión en los establecimientos destinados a ofrecer un asilo al arrepentimiento. ¡Pero, en vano!, yo no pude conseguirlo.

La pluma se me cae de la mano, Señora, al recordar la impresión que me ha causado el ver a esas jóvenes, después de haberse sinceramente arrepentido, obligadas a entrar de nuevo en la carrera del vicio.

La sociedad, más severa que Él, desdeña de perdonarlas. […] no encuentran una casa donde poder, sirviendo, ganar el necesario sustento. No hay para ellas un taller abierto en el que puedan ejercer una honrosa industria. Todos los caminos que conducen a una vida arreglada se presentan cerrados a esas jóvenes desdichadas. Entonces, sin querer, se precipitan forzadamente de nuevo en el abismo de desórdenes, y justifican en cierto modo una calumnia oprobiosa que un escritor contemporáneo se ha permitido contra la sociedad, probando en sus personas que hay “Miserables”, que deseándolo no pueden dejar de serlo.

El presenciar a menudo y de cerca estos males, me ha inspirado, Señora, el deseo de remediarlos. A este fin, después de haber comunicado mi pensamiento al Emmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo, Superior Eclesiástico de esta Diócesis, animado con los votos, que un Prelado tan distinguido y de tanta experiencia se ha dignado hacer para el buen éxito de mi empresa, y ayudado por personas caritativas, he preparado en el pueblo de Ciempozuelos una casa, donde podrán encontrar un asilo […].

Pero, Señora, mis deseos no serían jamás eficaces, y mis esfuerzos quedarían siempre estériles, si la sanción soberana de V.M. no viniese a dar vida a esta ardua empresa. […] Animado con este pensamiento, me atrevo, Señora, a suplicar a V.M. se digne tomar bajo su amparo maternal el Asilo de Nuestra Señora del Consuelo […].

Esperando que los Estatutos, que tengo el honor de acompañar, ordenados al buen gobierno de dicho Asilo, merecerán la alta aprobación del digno Gobierno de V.M., quedo rogando al Señor conserve largos años la preciosa vida de V.M. para bien de España y consuelo de los infelices.

Señora. A.L.R.P, de V.M. su más humilde súbdito y fiel servidor.

J.M. Benito Serra – Obispo de Daulia

Madrid, 11 de julio de 1864


 

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