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25 octubre, 2017 / Oblatas
Desafíos de la formación para la Vida Religiosa

Alejandra Mancebo, hermana oblata natural de Argentina, es formadora en nuestra congregación. Desde hace 7 años vive en São Paulo, Brasil. El pasado mes de junio participó, durante 3 días, en el “Seminario continental para formadoras y formadores» organizado en Quito (Ecuador) por la CLAR (Confederación Caribeña y Latinoamericana de Religiosas y Religiosos). Hablamos con ella sobre los nuevos retos de la formación en la Vida Religiosa.

Con el tema: «Formadoras/Formadores entre culturas, con ecoespiritualidad y otras señales de nuestro tiempo”, este encuentro se hizo para reflexionar conjuntamente acerca de la interculturalidad que experimenta la vida religiosa, sobre cómo acompañar mejor en los desafíos que presenta esta diversidad tan rica.

Desafíos como crear un ambiente de diálogo y escucha entre las nuevas generaciones y aquellas con más recorrido, para que puedan enriquecerse mutuamente. Para Alejandra, toda hermana tiene que sentirse responsable del proceso de formación, tanto personal y como de las nuevas generaciones. Señala la necesidad de estar en continua formación y el mayor trabajo en las relaciones comunitarias; saber crear comunidades abiertas, dialogantes, que sean testimonio y sean capaces de crear espacios humanizadores. Alejandra destaca que las diferencias son una riqueza, no nos separan, y hacen que la vida comunitaria sea un testimonio delante de este mundo tan dividido.

Como formadora oblata, afirma que el principal desafío al que se enfrenta es saber cómo acompañar bien las situaciones nuevas que vienen con las jóvenes, las nuevas formas de familia, las nuevas vivencias que traen. Y la necesidad de estar siempre en escucha, con apertura… Mantener una posición abierta ante la diferencias.

Alejandra define la base de la formación oblata como personas que están dentro de un discipulado, el de Jesús. Ve necesario hacer un buen proceso donde haya crecimiento como mujeres, para poder también hacer lo que Jesús soñó: «que todos tengan vida y vida en abundancia», especialmente junto con las mujeres en situación de prostitución y víctimas de explotación sexual. Porque para poder ir caminando con ellas, haciendo un camino de liberación, primero debemos hacer nuestro proceso humano, espiritual, de crecimiento, para poder ofrecernos como Madre Antonia nos enseño: «hasta que no queden más que cenizas».

Y este camino lo hacemos desde que entramos, siempre en un proceso de crecimiento humano que se vivencia en la comunidad y en la misión.

 

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